"Relato de un Guerrero"

alverion

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En las orillas del océano cósmico.

Hola a todos, este en un modesto relato que elaboré hace tiempo. Espero que les guste.

RELATO DE UN GUERRERO
Por Alverion

Desde esta miserable prisión, en la cual me veo tristemente privado de mi libertad y antes de que llegue el momento final de mi existencia, quiero dejar testimonio de las heroicas batallas que mis camaradas y yo tuvimos el honor de enfrentar.
Cuando me uní a La Fila de los Ocho supe que mi destino era el de luchar con ellos.
No es fácil pertenecer a esta Fila: se necesitan agallas, espíritu combativo y, sobre todo, tener el convencimiento de que somos el sector más vulnerable de nuestro batallón y la convicción de dar la vida por la victoria.
Desgraciadamente, he visto muchas bajas. Valientes guerreros que, por orden de nuestro Estratega han ido a caer bajo las siniestras garras del enemigo de turno y que, como se sabe, jamás fueron rescatados.
También recuerdo muchas victorias importantes. Creo que la más significativa fue cuando nos enfrentamos al rey que vanidosamente se hacía llamar “Hércules”. Durante los primeros minutos de esa batalla, comprobamos que su estrategia era admirable. A tal punto, que rápidamente nos vimos en inferioridad numérica y sus mejores hombres tenían cercado a nuestro rey.
Afortunadamente, habían descuidado la posición en la que me encontraba junto con dos camaradas de rango superior y, aprovechando esa pequeña ventaja, capturamos a ese rey y sus lacayos, lo que significó la rápida rendición de todos sus soldados. Gracias a ese gigantesco logro, me gané el respeto de mis pares y la confianza de Su Excelencia.
Cuando obtuve cierta experiencia y renombre, mis superiores quisieron ascenderme a un rango para nada desdeñable pero, como dije anteriormente, yo sentía que mi destino era estar en el lugar que me había tocado desde siempre. Quiero recordarles que las jerarquías de los guerreros están asentadas de acuerdo a las cualidades de cada uno. A mí me correspondió el más sacrificado de todos: estar al frente de la batalla con otros siete guerreros de mi misma posición, desafiando y enfrentando a caballos colosales, manejados por guerreros de armaduras plateadas; a muros prácticamente infranqueables, entre otros peligros no menores.
Es bueno destacar, que por motivos del más sagrado honor, cada bando disponía de la misma cantidad de guerreros, condición que tal vez resulte extravagante para quien lea estas páginas, pero que resulta fundamental para que dos bandos se enfrenten por la excelsa gloria.
Otra gran batalla que recuerdo fue una de las primeras que realicé. Mi condición de novato hacía que no midiera en su totalidad el peligro que significaba estar en mi posición. Gracias a eso, y a merced de una estrategia audaz, logré que mis superiores ingresaran y rompieran un sector de las filas del enemigo lideradas por el rey Wildius VI, invicto hasta esa batalla. Luego se rindió y sus luchadores fueron capturados y ejecutados según lo establecido.
Así fueron pasando una a una las batallas, todas ellas con resultado a nuestro favor. Pero hace muy poco tiempo, nos enfrentamos a un rey desconocido hasta entonces. Todos pensamos que la victoria la teníamos asegurada y no nos hicimos grandes planteamientos acerca de la estrategia a seguir para enfrentarlo. Esa inusitada vanidad en nosotros hizo que en poco tiempo perdiéramos lo que tanto tiempo y esfuerzo nos había costado conseguir.
Primero comenzaron a caer algunos de la fila en la cual yo pertenecía, dejándonos tan solo en la batalla a mí y a otro camarada que, por ser los de más experiencia, supimos ubicarnos en lugares estratégicos y en una posición de ataque que nos era favorable. Luego, y en una arriesgada maniobra, lograron apoderarse de Su Majestad la Reina y a su guardia personal.
Así, y a pesar del gran esfuerzo que hicimos los que quedamos, perdimos la batalla, quedando prisioneros hasta que el verdugo de turno cumpla con su deber y nos ajusticie como corresponde a los guerreros del bando que resulta vencido.
Sólo resta decir que luché hasta el cansancio con todas mis fuerzas, poniendo siempre mi corazón en cada enfrentamiento. Y que me enorgullezco de haber formado parte de los catorce guerreros que dieron su vida por el Rey y la Reina. Creo que todo eso no es poco, para un simple peón de Ajedrez.
 
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