Escribí esta historia hace muchos años como redacción para un ejercicio de ingles. nunca he estado del todo contento con su versión en español. sigo sin estarlo, se aceptan criticas y sugerencias. El sol me quema los ojos. El día comienza y poco a poco las voces se van convirtiendo en un murmullo. Hace días que ya no me abandonan en ningún momento, se quedan como un ruido de fondo del que apenas eres consciente, excepto cuando desaparece. Pero ya no tengo ese lujo.
No recuerdo bien cuanto tiempo llevo sin dormir, al principio durante el día era capaz de descansar una horas, luego poco a poco esos oasis de reposo se fueron espaciando. Las drogas ya no sirven de nada aunque al psiquiatra la última vez que fui a verle, hace una vida, le dije que si. Lo único que conseguía era que las voces fuesen aun más chillonas, como si se esforzasen en traspasar la niebla que embotaba mi mente por culpa de las pastillas y las inyecciones. Le dije que si al psiquiatra por que tenía miedo de que me encerrase y quedar por completo a la merced de las voces.
No se lo que dicen, hablan un extraño idioma, las palabras se me clavan como cuchillos en el cerebro, en cuanto se acerca la noche comienzan gradualmente, cuchicheos, susurros que crecen hasta convertirse en un huracán de sonidos que poco a poco me desquician. Hasta que llega el día y con el sol, poco a poco se retiran adonde sea que habiten
Los médicos no encontraron nada, todo estaba perfecto, el cerebro, los oídos, todo perfecto. Excepto por las voces. Ahora se que nunca se Irán, que seguirán viniendo noche tras noche. Que seguirán con sus incasables conversaciones, sus gritos clavándose en mi cabeza.
La pistola es negra y pesada, lleva cinco días encima de la mesa. El tío que me la vendió me aseguro que le diese donde le diese le “haría un buen agujero al hijo puta”. Eso espero le dije. Eso espero. Creo que pensó que era un yonki. Últimamente no como mucho.
Me despierto sorprendido, hacía mucho que no cerraba los ojos y dormía. Me incorporo en el sofá y miro el reloj, ha pasado una hora, noto las lagrimas cayendo por mi cara. Me pica la barba. Miro a la pistola. El sol esta alto en el cielo. Las voces comienzan a aullar en mi cabeza. Noto el peso de la pistola en mi mano. Su frialdad en mi boca. El sonido es como un trueno.
En el interminable instante que espero preceda a la oscuridad y al silencio, las voces se callan. Y comienzo a gritar, y mi grito se mezcla con las risas de las voces.