El Libro del Sótano

alverion

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En las orillas del océano cósmico.
Este es un relato que escribí en el 2005, en la querida Rosario... que se extraña...

EL LIBRO DEL SÓTANO
Por Alverion​

Confieso que estoy sorprendido. Nunca pensé que yo fuera parte de esta historia ni tampoco que algún día me vería en la obligación de continuarla. El extraño planeta en el que vivimos siempre nos deja un espacio –el menos esperado- para el misterio.
Mi nombre es Ignacio Rodríguez y cuento con treinta y siete años sobre mis espaldas. Durante mucho tiempo me he dedicado, con inagotable ansiedad, a cultivar la lectura y a tratar de forjar un cuerpo saludable y en excelente estado físico. Además, y debido a mi acomodada situación económica, me he dado el gusto de haber recorrido una importante parte del mundo.
En uno de esos viajes conocí a un personaje muy particular cuyo principal motivo de existencia era la adquisición in extremis de libros de toda índole, el español Facundo Henríquez Navarro. Por esta razón fue que coincidimos con nuestra presencia en una subasta de libros antiguos situada en Barcelona, España. En dicha subasta, ambos pujamos por varios libros pero, debido a su inmensa fortuna, todos quedaron en su poder.
Luego de este encuentro, nos hicimos muy amigos y mensualmente nos escribíamos para ponernos al tanto de nuestras vidas.
Esta comunicación duró varios años, hasta que ya no recibí más cartas de Facundo. Si bien este suceso me preocupó, decidí atribuirlo a sus ansias de conseguir libros de todas partes del mundo y, seguramente –pensé-, me escribiría cuando se hubiese adjudicado algún ejemplar de gran valor intelectual.
Efectivamente, luego de algunos meses de espera, recibí una carta de Facundo. En ella se leía lo siguiente:

“Estimado Ignacio:
El motivo de la presente es para comunicarte que acabo de adquirir una mansión ubicada a cinco kilómetros al sur de la ciudad de León, España. Dicha mansión se la compré a un sujeto un tanto extravagante y me he encontrado viviendo en ella hasta entonces.
Quiero invitarte a que vengas cuando quieras, ya que aquí encontrarás comodidad y una cantidad importante de libros para que puedas seguir alimentando tu actividad intelectual. En caso de que te decidas a venir de inmediato, te envío un duplicado de las llaves junto con un mapa de la zona, ya que tal vez viaje a Italia por un tiempo.
Finalmente, me despido pidiéndote disculpas por no haberte escrito antes, pero es que quería estar seguro de tener en mi poder la mencionada mansión.
Te envío muchos saludos.

Facundo Henríquez Navarro”

Al terminar mi lectura, reflexioné durante unos minutos y llegué a la conclusión de que me vendría muy bien estar un tiempo alejado del tormentoso ruido de la ciudad. Entonces, y luego de los quince días que demoré en dejar todos mis asuntos en orden, comencé a preparar mis valijas y a planificar lo que debía o no llevar.

Cuando llegué, comprendí que ese lugar era diferente de todos aquellos en los que había estado antes. El aislamiento con respecto a la ciudad era perfectamente propicio para descansar. Nunca antes tal sensación había invadido mi mente y, por un instante, me consideré la persona más afortunada del globo terráqueo.
Después de comprobar que Facundo no se encontraba, comencé a inspeccionar la mansión como lo hubiese hecho el más perspicaz de los detectives: su fachada estaba en perfectas condiciones y se notaba que había sido pintada poco tiempo atrás. En su interior, un lujo para nada común reinaba en el ambiente. Además, contaba con una biblioteca que abarcaba cuatro habitaciones más una importante cocina en el fondo de la propiedad.
Lo más insólito es que esta descripción corresponde solamente a la planta baja. En lo que concierne a la planta alta me atrevería a contar que con sus riquezas se podría calmar el hambre en muchas ciudades del mundo, ya que ésta contaba con pinturas que abarcaban grandes pintores del siglo XV hasta la actualidad.
Una vez terminada la inspección, me instalé en la biblioteca para disfrutar de los maravillosos ejemplares con que ésta contaba. Entonces, me acomodé en un reconfortante sillón y procedí a comenzar la lectura de La Odisea, de Homero. Si bien a este magnífico libro ya lo había leído anteriormente, nunca lo había hecho en una edición tan particular, por lo que leerlo fue doblemente placentero.
Pero un acontecimiento importante forzó a romper mi tan preciada concentración: un sonido, proveniente de algún lugar de la biblioteca, hizo sobresaltar todo mi ser.
En un comienzo pensé –o mejor dicho, quise pensar- que ese sonido era ejecutado por el accionar del viento en complicidad con alguna ventana que hubiese estado abierta. Primer error: en ese momento un cielo despejado de nubes anunciábame la presencia del buen tiempo y ni siquiera la más suave de las brisas habría osado interrumpir la armonía del silencio. Además, todas las aberturas de la habitación se encontraban perfectamente cerradas.
Luego decidí quedarme quieto para ver si podría escucharlo nuevamente. Nada. El lugar era tan solitario que ni los pájaros llegaban hacia él. Todo era silencio y soledad.
Pasaron varios minutos, una hora, dos, tres, y yo ubicado en el mismo sitio y en la misma posición. Tanto me había sobresaltado aquel sonido que ni siquiera me percaté de que la noche comenzaba a inundar la región con sus siniestras sombras.
De repente, el mismo sonido volvió a escucharse en la biblioteca. Pero esta vez fue más prolongado y hasta alcancé a comprender que se trataba de una voz. Lo que no pude fue deducir su origen. Quiero decir que temí seriamente que dicha voz no fuese humana.
Pero era imposible. En ese lugar estaba simplemente yo. ¿Es que acaso mi soledad comenzaba a transformarse en locura? No podía ser cierto. Siempre fui una persona de pensamiento racional y, como tal, alguna explicación racional debía encontrarle para aclarar este suceso.
Luego la voz se apagó y el silencio volvió a apoderarse del lugar. El silencio y la oscuridad, ya que la noche había llegado completamente y, a causa de mi estado, no reparé en encender luz alguna.
Así que sin pérdida de tiempo encendí la majestuosa araña del recinto y las ocho lámparas que había en ella desplegaron toda su luminosidad. Esto hizo que me tranquilizara por un momento. Momento que duró muy poco, ya que inmediatamente la misma voz se escuchó y esta vez con más claridad que la anterior.
Estos hechos se fueron sucediendo durante toda la noche y hasta bien entrada la mañana, y en su última presentación, luego de varios intentos por develar su significado, pude notar que se trataba tan sólo de una palabra: “sótano”.
Luego de este descubrimiento, decidí que debía llegar hasta el centro del asunto. Ya había dado un primer paso al descifrar el significado de la palabra y mis pensamientos me llevaban a un hipotético segundo paso: buscar ese sótano.
Por este motivo, busqué desesperadamente durante una importante cantidad de tiempo alguna entrada. Lamentablemente mi resultado fue un tremendo fracaso: la mansión parecía no tener sótano.
Sin embargo, esto no podía ser, ya que ésta daba muestras de una antigüedad de siglos y era prácticamente imposible que no lo tuviese.
Entonces, y sin darme por vencido, inspeccioné los lugares más recónditos: detrás de los muebles, debajo de alfombras e incluso tuve la ocurrencia de desarmar un gigantesco armario empotrado en la pared. Hasta llegué a revisar minuciosamente las paredes exteriores para ver si podía encontrar alguna rejilla o respiradero que me delatase la presencia de lo que tanto estaba buscando.
Sin éxito, volví a la biblioteca y me senté decepcionado sobre el sillón. Continué pensando sobre lo acontecido y empecé a desconfiar de mi cordura. De repente, comprendí que algo se me había escapado durante mi obstinada búsqueda. En la biblioteca, si bien había revisado todos los lugares posibles –por lo menos, eso creí-, me había faltado uno: detrás de los libros. Me sorprendí de mi estupidez al no haber buscado allí anteriormente y con mucha rapidez comencé a sacar todos los libros que estaban donde imaginé que había provenido la voz.
Estaba en lo cierto. Una vez que libré ese sector, pude ver una pequeña puerta situada junto a la pared. Sin pensarlo, traté de abrirla y, por fortuna, ésta se encontraba sin llave. Cuando la abrí, una oscuridad para nada alentadora se hizo presente en su interior. A pesar de esto, pude divisar una escalera y, luego de tomar y encender un viejo candelabro situado en la mesa de la biblioteca, bajé inmediatamente hacia las oscuras profundidades de aquel siniestro recinto.
Ayudado por la precaria luminosidad que me proporcionaba dicho candelabro y luego de un descenso que me pareció eterno, llegué hasta el piso del sótano. Desde el exterior no se filtraba luz alguna y se respiraba una asfixiante humedad.
Luego procedí a la observación del recinto. Pude comprender que éste no era para nada normal. Digo esto porque desde mi posición, sólo veía la pared en la que estaba la escalera. En ese momento pensé que la habitación tendría el tamaño de la mansión misma y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
Para salir de dudas, caminé hacia la izquierda por las cercanías de la pared. Luego de un momento de angustiosa incertidumbre, pude observar que a los pocos metros se encontraba otra pared. Cuando me acerqué mi sorpresa fue inmensa al darme cuenta de que ésta contaba con una estantería repleta de libros. Este descubrimiento me dejó aturdido y pensé: ¿qué clase de libros podía haber allí para que fuese necesario ocultarlos? Sin perder un minuto, tomé uno de ellos, lo abrí y pude distinguir que éste se encontraba escrito a mano. Desgraciadamente se encontraba escrito en un idioma desconocido para mí por lo que se me hacía imposible su lectura. Entonces busqué otro de los tantos libros que allí había y nuevamente me decepcioné al comprender que se hallaba escrito en el mismo idioma. Hice lo mismo con varios más hasta que mi fracaso constante me obligó a desistir de aquella idea.
Comprendí que lo mejor sería seguir investigando el recinto ya que no me había olvidado del principal motivo de mi frenética búsqueda: la extraña voz que había oído en la biblioteca. Estaba decidido a develar aquel misterio, aunque me inquietaba lo que podría llegar a encontrar.
Proseguí con mi marcha bordeando la estantería hasta que al poco tiempo me topé con la pared tercera. Ésta también contaba con otra estantería con sus respectivos libros. Nuevamente traté de leerlos pero obtuve el mismo resultado, por lo que decidí seguir caminando.
Al llegar a la cuarta pared, me encontré con lo que supuse sería un escritorio antiguo y, apoyado en él, un libro abierto y escrito a mano en idioma español. Coloqué el candelabro en uno de los extremos y comencé a leerlo. Pero a las pocas líneas noté con sobresalto que su escritura me resultaba muy familiar. Es más, estaba seguro de que se trataba de la letra de mi amigo Facundo Henríquez Navarro. Sí, no había dudas. Era su letra.
El corazón latía fuertemente en mi pecho y temí lo que podría llegar a leer, pero mi curiosidad fue más fuerte y continué. En ese libro, Facundo contaba su origen, sus ambiciones, sus pasiones, en fin, era una suerte de biografía. Pero en páginas posteriores, contaba lo siguiente:

“…a los pocos días de llegar a esta mansión, y en una tenebrosa noche de tormenta, una extraña voz se hizo presente en la biblioteca… luego de varios intentos fallidos descubrí su significado: sótano. Quise escapar pero las puertas se cerraron bruscamente. A causa de esto, varios libros se cayeron de sus estantes dejando a la vista una puertecita. La extrañeza de este suceso hizo que yo abriera la pequeña puerta y comenzara a descender con la ayuda de la linterna que en ese momento llevaba conmigo por temor a algún posible corte de luz. Una vez tocado el suelo, comencé a caminar hacia la derecha y me encontré con este libro… Luego de leerlo, me asusté tanto que me desmayé. Al despertar, mi mente se hallaba en un estado de confusión que nunca antes había sentido y luego de reflexionar unos minutos, comencé a escribir con la ayuda de una pluma y de un frasco de tinta que estaba ubicado convenientemente al lado del libro... en este momento estoy escuchando nuevas voces… suenan cada vez más cerca… creo que…”

El relato terminaba con un rayón de tinta que descendía como si el que estaba escribiendo hubiese querido escapar de algo. Asombrado ante este descubrimiento, y temiendo por la vida de mi amigo, procedí a la lectura de páginas anteriores. Con profundo dolor observé que todos los relatos coincidían con lo sucedido a Facundo y a mí. Para colmo, las últimas páginas estaban en blanco, por lo que supuse sería para futuros escritos.
Al tomar conciencia de mi situación, corrí desesperadamente hacia donde supuse que estaría la escalera, pero no la encontré. Desesperado, caminé un rato largo y, luego de observar los mismos estantes que había pasado antes, me encontré con el mismo escritorio antiguo. Inquieto ante esta realidad, decidí continuar y, a los pocos minutos, estaba nuevamente frente al libro.
Resignado, busqué la pluma y el frasco de tinta. Para sorpresa mía, estaban situados en el lugar donde antes había colocado el candelabro, por lo que me pregunté por qué no los había visto en ese momento. Dejando estas conjeturas de lado, y para evitar volverme loco, comencé a escribir estas páginas, esperando que nadie tenga la desgracia de leerlas...
 
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