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LAS ÚLTIMAS PALABRAS
Recién había llegado a aquella cabaña con sus amigos.

Se disponía a pasar un fin de semana agradable y alejarse de aquel stress laboral que lo estaba consumiendo.
Muchas razones lo habían alejado de aquel trabajo del cual no podía despegarse.

Alejandro era lo que podía considerarse un hombre de éxito, si es que éste se medía a partir del nivel de renta y las cosas que alguien puede comprar con eso.

Cuando comenzó a fatigarse pensó que comprando ropa vendría la paz pero no fue así, luego cambió el auto pero tampoco paso nada.

Repentinamente el día lunes de esa semana el celular último modelo repicó con agresividad. Al otro lado, estaba Juan, antiguo amigo de la infancia y del colegio, el cual le avisaba que su tío, el que lo había criado estaba fallecido.
Alejandro asistió al velorio y al funeral, no por la gran amistad que los unía, sino más bien afanado en un recuerdo de tiempos más felices, más inocentes donde alguien valía más por cómo era para las bolitas, para elevar volantín o para el trompo y no por cual era la camisa que ese día estrenaba.
Llegó al velorio impecablemente vestido, supuso que si iba a tener un cara a cara con la muerte debía estar al menos combinado, además nadie sabía lo que podía deparar el destino y a lo mejor se encontraba con alguna “deuda” que por fuerza debiese consolar.

Se bajó de su auto, sacó los lentes de sol, los cuales eran realidad anteojos ópticos fotocromáticos, ya que el mozo era ciego como un topo y echó una mirada en redondo al lugar.

Todo era igual que siempre, el ataúd al medio…. ¿porqué el muerto siempre tiene que estar al medio y no a un costado? Pensó y luego fue interrumpido por el saludo de su amigo.

En ese momento Alejandro se cuestionó que decir…. ¿que se le dice a alguien que probablemente tenga tanta pena que nada lo consuela? , con suerte debe saber quiénes están, así que simplemente le dio un apretón de manos y un abrazo.
Juan se sentó a su lado y comenzó a relatarle cómo es que su tío había muerto y las lecciones que sacaba de eso. Hay que reconocer que Juan nunca se destacó como un gran pensador ni menos con facilidad para filosofar de la vida, así que dentro de aquellas conclusiones sólo podían rescatarse dos: que quien nace en COLO-COLO muere en COLO-COLO y que “no somos nada”. Tal vez por estas escasas reflexiones Juan tenía un futuro brillante como futbolista.

Puede ser que el “no somos nada” haya conmovido a Alejandro y sintió que no era el muerto quien no era nada, mal que mal había mucha gente en aquel velorio y varias señoras llorando, lo que hablaba de la gran potencia que tenía el abuelo, quien nunca quiso casarse porque según él quería hacer felices a muchas mujeres.

Fue él mismo el que se sintió nada. Miró su auto nuevo, su traje combinado, sus anteojos, recordó su departamento y su clóset lleno de ropa y comprendió que no era nada, que cuando se apagaran las luces y tuviese su cita con la muerte todo eso quedaría en manos de otros.
Miró al muerto y comprendió que aunque mucho más pobre, ese hombre sería recordado para siempre, que ese sería su legado y que así lograría trascender.

¿Si la muerte de Alejandro hubiese sido hoy, habría trascendido? Lamentablemente la respuesta es que hubiese trascendido como el que nunca faltó ni pidió días libres en su empresa.
Esto alertó al mozo y por alguna razón desconocida preguntó cuales habían sido las últimas palabras del tío y éste respondió “cantemos todos de Arica a Magallanes, Colocolo ejemplo de campeón”.

Al recordar esto, Juan se paró súbitamente de la banca y junto a la audiencia comenzó a gritar por el club de Futbol antes mencionado, aunque él ahora jugaba para la competencia.

Repentinamente vinieron a la mente de Alejandro, recuerdos de la infancia donde en el verano el tío los rociaba con agua, armaba pequeñas obras de teatro y veían películas comiendo huevo revuelto con pan. Se percató que el legado del muerto también vivía en él y eso lo aterrorizó, ya que sentía que nadie sabría recordarlo por lo que Alejandro era….pero… ¿Quién era?

El día Miércoles de esa semana decidió que debía preguntar a quienes lo conocían bien, llamo a muchos amigos, pero sólo algunos lo tomaron en cuenta, mal que mal no los veía hacía años, en realidad no veía a nadie hacia siglos.
Un par de amigas simplemente le cortaron el teléfono, al parecer pedirles que hicieran un trío habría arruinado la amistad.
Acto seguido, se conectó a facebook, pero su cantidad de amigos sólo ascendía a cinco.

El día viernes le confirmaron tres amigos y dos amigas, arrendó una camioneta y se dispuso a viajar a Algarrobo.
En el camino aprovecho de ponerse al día con ellos, que había sido de sus vidas, pensó en proponer un trió a sus amigas pero se abstuvo pensando en la experiencia anterior.

Decidió que el día sábado preguntaría acerca de que opinaban de él, no importando lo que pasara, debía encarar su destino.
Lamentablemente el viernes en la noche, recién llegados y riendo y fumando a destajo, Alejandro sintió un dolor en el pecho que no lo dejaba respirar. Ese dolor luego se le extendió hasta el brazo izquierdo y recordó que había leído en algún lugar que así comenzaban los infartos.

Fue llevado a la posta del lugar, algo así como una casa de playa pero con una señora a medio camino entre técnico paramédico y pescador.
Acostado en la camilla, temió morir y comenzó a pensar en sus últimas palabras.

No podían ser de algún club de fútbol porque nunca le gustó, pensó que desear larga vida al I phone era un poco banal. Luego recordó que su pasatiempo preferido era dibujar así que pensó alguna frase de ese estilo, hasta que escogió “voy a dibujar estrellas con el Señor”.

Le pareció que la frase era muy buena, que incluso podía ponerse en su lápida, aunque después recordó que había pedido que lo cremaran, pero en fin, la diría y marcharía de este mundo con estilo.

Sus amigos se acercaron, una de sus amigas le tomo la mano y su temperatura subió, “moribundo pero macho” pensó.
Iba a decir su frase, cuando sus amigos fueron apartados por el engendro que habitaba la urgencia. La mujer lo tomó, lo volteó y alzó su mano en señal de castigo.

Sus amigos horrorizados, dejaron al moribundo solo con aquella mujer quien dejó caer su mano abierta sobre su espalda y un fuerte sonido sacudió el lugar.

Sus amigos, esperaban nerviosos en el pasillo hasta que Alejandro por sus propios medios salió caminando a su encuentro.
¡Milagro! dijo alguien pero Alejandro no pronunció palabra hasta que llegaron a la cabaña de vuelta.

Un amigo decidió romper el silencio y preguntó al hombre que es lo que quería decirles antes que entrara la mujer.
Alejandro iba a responder cuando recordó la frase y ya no le pareció con tanto estilo, así que respondió lo que en ese momento eran sus últimas palabras, tomo aire y dijo “PUTA WEÓN ERA UN FLATO”.

La risotada se hizo sentir y el mozo también rió. Ese sería un momento que transcendería a su muerte y que sería recordado siempre.

Se limpió las lágrimas de los ojos por la risa, miró a sus amigos y vio la carne que estaba esperando para el asado.
Desde ese día se prometió vivir más libre, sin tantas ataduras y menos inhibiciones.

Se prometió que el próximo lunes invitaría a salir a su jefa a la que hacía rato le tenía ganas, de todo modos, estaba vivo y cualquier cosa podía pasar, incluso un sí.
 
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