Este es el primer cuento que escribí, allá, a mediados del 2006 o 2007. Cuento de 5 partes, que va del policial clásico al negro. O viceversa. Corregido innumerables veces a lo largo de estos años. Y, así y todo, cada vez que lo leo siento como que le falta algo, no sé qué. Espero que los que se animen a leerlo me den su opinión al respecto. Gracias!
Aquí la 1ª y 2ª parte de 5.
PRIMERA PARTE
Era cerca de las tres cuando el comisario me mandó buscar. Su gente ya no sabía que hacer. Además él conocía mi fuerte amistad con la victima. Y mi temperamento: testarudo como soy, supuso que igual me involucraría en el caso.
Cuando llegué a lo de Arrígo, un par de periodistas me esperaba con sus típicas preguntas.
Los ignoré.
Una vez dentro de la casa (esa casa que yo tan bien conocía, que tantas veces había visitado y en la que siempre era recibido cordialmente), me presenté ante el comisario Mangiaterra.
Todo altura, todo delgadez el comisario. Ya no era el mismo, el de antes. El traslado desde la metrópolis a este pueblito con ínfulas de ciudad le había ido apagando la chispa. Y la amenaza de la pronta jubilación…
¾Antes de empezar quiero decirle que lo siento mucho. Yo sé que usted era muy amigo del señor Arrígo.
Me dijo cariacontecido. E inmediatamente me llevó a la escena del crimen. La biblioteca, un clásico.
Esto es: un sillón y una mesa ratona en medio de una habitación mediana, bien iluminada y con las paredes llenas de libros, libros y más libros.
El cuadro era fuerte. Martín tirado en el piso, boca arriba, próximo al sillón. Estaba rodeado por un oscuro charco de sangre que le brotaba del pecho. Tenía el brazo derecho extendido y cerca de su mano un libro y una birome.
En un rincón de la habitación estaba la caja fuerte de Martín, abierta y vacía.
El comisario me informó que Martín había muerto, a primera vista, de un disparo en el pecho. Que se habían llevado nada mas que el dinero de la caja fuerte. Que su mujer lo encontró muerto al volver de una reunión. Que los vecinos no escucharon ni gritos, ni estruendo de arma alguna. Que los peritos hasta el momento no habían encontrado nada: ni huellas digitales, ni casco de bala. Nada. Que estaban por llevarse el cuerpo para realizarle la autopsia. Y que mandaría a analizar el plomo cuando lo extrajeran del occiso.
_ … Por lo tanto lo mandé llamar a usted, no pienso esperar una semana o más hasta que esos infelices de la policía científica encuentren algo.
_Estoy de acuerdo, comisario.
Luego me explicó que en una hoja del libro Martín había garabateado algo: unos números, una fecha quizás: 5/9, y debajo: 1225.
Teníamos el móvil y una pista. Pero con esto, así solo, no hacíamos nada.
SEGUNDA PARTE
Dejé al comisario para ver como estaba la viuda. Me informaron que estaba arriba, en su habitación.
La encontré recostada en su cama. A un lado, sentadas en unas sillas sus dos hermanas; y parados a los pies de la cama, un medico y el inspector Fernández. Este era un pelmazo de primera y mano derecha del comisario.
Fernández, el detective de policial negro. Siempre con su piloto y sombrero a tono. Lo único que le faltaba era hablar con el típico tono nasal de Bogart.
Ni bien me vio, la señora Arrígo corrió a mis brazos llorando.
_¡Agarre a ese asesino! ¡Agarre y mate a ese desgraciado!_ Dijo.
_Claro. Pero para eso la necesito tranquila y serena_ Le expliqué tratando de calmarla.
A todo esto Fernández salió de la habitación disimuladamente; con la cabeza gacha y silbando bajito, como quien dice. Se dio cuenta de que estaba de más.
Le sugerí a la viuda que se recostara nuevamente, yo me senté a su lado. Me contó su versión de los hechos.
Ella había salido a cenar fuera de casa con sus hermanas, con motivo del ascenso laboral de una de estas. Martín no pudo ir. Esperaba a alguien. Un cliente tal vez, no lo sabía.
Pasada las dos de la madrugada llegó a su casa y encontró a su marido muerto.
Vale aclarar que Martin, aparte de gerente de banco, era prestamista. Usurero, según la gente bulgar.
Le pregunté que significaba para ella el 5 de septiembre de 1225.
_El 5/9 es… era la fecha de cumpleaños de Martín. Pero el año… 1225, no entiendo_ Dijo.
Le pregunté si, en vez de un año, no seria el número de ficha de algún cliente.
_Puede ser. Pero no creo que Martín los supiera de memoria, y menos en ese momento.
¿A quien esperaba Martín? No se lo dijo. ¿Tenia enemigos? No, ella no lo sabía. ¿Sospechaba de alguien? No, tampoco.
Por ultimo pregunté cuanto dinero le habían sustraído de la caja.
_Siempre guardaba gran cantidad de dinero, creo que había cerca de $ 800.000.
Aquí la 1ª y 2ª parte de 5.
PRIMERA PARTE
Era cerca de las tres cuando el comisario me mandó buscar. Su gente ya no sabía que hacer. Además él conocía mi fuerte amistad con la victima. Y mi temperamento: testarudo como soy, supuso que igual me involucraría en el caso.
Cuando llegué a lo de Arrígo, un par de periodistas me esperaba con sus típicas preguntas.
Los ignoré.
Una vez dentro de la casa (esa casa que yo tan bien conocía, que tantas veces había visitado y en la que siempre era recibido cordialmente), me presenté ante el comisario Mangiaterra.
Todo altura, todo delgadez el comisario. Ya no era el mismo, el de antes. El traslado desde la metrópolis a este pueblito con ínfulas de ciudad le había ido apagando la chispa. Y la amenaza de la pronta jubilación…
¾Antes de empezar quiero decirle que lo siento mucho. Yo sé que usted era muy amigo del señor Arrígo.
Me dijo cariacontecido. E inmediatamente me llevó a la escena del crimen. La biblioteca, un clásico.
Esto es: un sillón y una mesa ratona en medio de una habitación mediana, bien iluminada y con las paredes llenas de libros, libros y más libros.
El cuadro era fuerte. Martín tirado en el piso, boca arriba, próximo al sillón. Estaba rodeado por un oscuro charco de sangre que le brotaba del pecho. Tenía el brazo derecho extendido y cerca de su mano un libro y una birome.
En un rincón de la habitación estaba la caja fuerte de Martín, abierta y vacía.
El comisario me informó que Martín había muerto, a primera vista, de un disparo en el pecho. Que se habían llevado nada mas que el dinero de la caja fuerte. Que su mujer lo encontró muerto al volver de una reunión. Que los vecinos no escucharon ni gritos, ni estruendo de arma alguna. Que los peritos hasta el momento no habían encontrado nada: ni huellas digitales, ni casco de bala. Nada. Que estaban por llevarse el cuerpo para realizarle la autopsia. Y que mandaría a analizar el plomo cuando lo extrajeran del occiso.
_ … Por lo tanto lo mandé llamar a usted, no pienso esperar una semana o más hasta que esos infelices de la policía científica encuentren algo.
_Estoy de acuerdo, comisario.
Luego me explicó que en una hoja del libro Martín había garabateado algo: unos números, una fecha quizás: 5/9, y debajo: 1225.
Teníamos el móvil y una pista. Pero con esto, así solo, no hacíamos nada.
SEGUNDA PARTE
Dejé al comisario para ver como estaba la viuda. Me informaron que estaba arriba, en su habitación.
La encontré recostada en su cama. A un lado, sentadas en unas sillas sus dos hermanas; y parados a los pies de la cama, un medico y el inspector Fernández. Este era un pelmazo de primera y mano derecha del comisario.
Fernández, el detective de policial negro. Siempre con su piloto y sombrero a tono. Lo único que le faltaba era hablar con el típico tono nasal de Bogart.
Ni bien me vio, la señora Arrígo corrió a mis brazos llorando.
_¡Agarre a ese asesino! ¡Agarre y mate a ese desgraciado!_ Dijo.
_Claro. Pero para eso la necesito tranquila y serena_ Le expliqué tratando de calmarla.
A todo esto Fernández salió de la habitación disimuladamente; con la cabeza gacha y silbando bajito, como quien dice. Se dio cuenta de que estaba de más.
Le sugerí a la viuda que se recostara nuevamente, yo me senté a su lado. Me contó su versión de los hechos.
Ella había salido a cenar fuera de casa con sus hermanas, con motivo del ascenso laboral de una de estas. Martín no pudo ir. Esperaba a alguien. Un cliente tal vez, no lo sabía.
Pasada las dos de la madrugada llegó a su casa y encontró a su marido muerto.
Vale aclarar que Martin, aparte de gerente de banco, era prestamista. Usurero, según la gente bulgar.
Le pregunté que significaba para ella el 5 de septiembre de 1225.
_El 5/9 es… era la fecha de cumpleaños de Martín. Pero el año… 1225, no entiendo_ Dijo.
Le pregunté si, en vez de un año, no seria el número de ficha de algún cliente.
_Puede ser. Pero no creo que Martín los supiera de memoria, y menos en ese momento.
¿A quien esperaba Martín? No se lo dijo. ¿Tenia enemigos? No, ella no lo sabía. ¿Sospechaba de alguien? No, tampoco.
Por ultimo pregunté cuanto dinero le habían sustraído de la caja.
_Siempre guardaba gran cantidad de dinero, creo que había cerca de $ 800.000.