La sirena del Pueblo

Thor_Maltese

Leyenda épica
Novenero
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May 20, 2008
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El pueblo costero de San Marcos estaba de luto, uno de sus más queridos pescadores no pudo seguir su lucha contra el envenenamiento y dejó sola a su hija Anita.
Pero pasado el luto, los del pueblo regresaron a preguntarse quien quera la madre de Anita; el señor Roberto no era del tipo de hombre que abandonase a alguien, mucho menos a la madre de su hija, era un pescador robusto y un poco tosco al hablar , cualidades que lo alejaban un poco con las mujeres. Anita no parecía ser su hija, según el profesor Jacinto, no se parecía a su padre físicamente, pero era de las personas que insistía en no preocuparse por tales asuntos.
Pasado el mes del luto llegó al pueblo un joven de nombre Federico, de oficio carpintero y el ladrón de los suspiros de las muchachas cuando lo veían pasar. Hasta Dulce, la ayudante del profesor Jacinto y amiga de Anita había caído al misterioso carisma del recién llegado.
—Lo he estado pensando y quiero que Federico me corteje— comentó Dulce mientras veía a su amiga cerrar el local, un pequeño comercio de joyería de su pertenencia.
— Y ¿No se lo tomaría mal Augusto?— le preguntó Anita—, él ha estado en ese plan desde hace tiempo.
— ¿Qué dirían de la hija del alcalde si saliese con el jefe de la policía? A Augusto le hace falta algo, ese algo que a Federico le sobra, no sé como decirlo con palabras.
Anita y su amiga se marcharon, pero el cielo gris comenzó a mostrarse más amenazador.
—Es raro que llueva en esta época del año— comentó Anita.
— ¡Vayan a sus casas, cuando llueve así el océano reclama a una de sus hijas, la cual corre peligro!— exclamó Romero, el loco del pueblo mientras miraba fijamente a Anita.
Aquella mirada penetró a la joven, haciéndola sentir como en medio de un trance, sentía que alguien conocía su secreto, ese secreto que su padre y ella guardaban.
— ¡Vamos Anita!— le dijo Dulce mientras la empujaba—, no le hagas caso a ese loco.
Todos los peatones corrían de la lluvia como locos, buscando un sitio como refugio.
Anita estaba viviendo en una habitación de la casa de su amiga, ya que el hogar que le había dado su padre no era un buen lugar para una señorita.
Anita estaba sumida en un silencio, un tanto preocupante para la familia Martínez, en especial para su amiga. Cada gota que caía al suelo o al techo la asustaba un poco.
— ¿Te pasa algo?
—No, no me pada nada.
— ¿A quien crees que engañas? Tu cara lo dice todo.
Justo en aquel instante un fuerte ruido interrumpe la conversación. Un pedazo de techo había caído y con este, un montón de agua.
—Ni creas que te vas a salvar. Tú y yo tendremos una conversación.
—Claro, pero primero hay que salir de este problema.
—Voy a traer algo para secar el agua, trata de mover los escombros.
Anita se quedó sola por un momento.
—Voy a tratar de recordar esa cosa que hacía con el agua— dijo para si misma mientras movía sus dedos y el agua los seguía—, ahora es momento de sacar los escombros.
Se empapó el vestido, para despistar a su amiga y trataría de fingir agotamiento y sumirse en sus pensamientos.
Las palabras que gritó el loco del pueblo le habían llegado.
— ¿Cómo sabe Romero mi secreto?— se preguntó—, he tenido sumo cuidado con el uso de mis poderes y mi padre me decía que ni en emergencias me aprovechase de ellos.
Al otro lado del pueblo, Federico y el párroco se resguardaban de la lluvia en la pequeña iglesia.
—Así que también conoces el arte de la carpintería.
—Si, con las reparaciones que hice ya no tendrá goteras. Y gracias por darme hospedaje.
—No todos los días se tiene a un Cazador Carmesí como visitante. Y ¿Qué te trae a este pueblo?
—Aparte del cambiante clima— respondió Federico mientras se bajaba de la escalera—, creo que es por ese cuento de la sirena que estaba encallada y su cuerpo nunca apareció.
—Creo que a esta altura debería estar muerta.
—O con piernas, Padre.
— ¡Ciertamente todo es un misterio! No creo que alguna alma esté cuidando a una sirena.
—Si conoce su secreto, a lo mejor lo ha estado haciendo todo este tiempo a sus espaldas.
Los Cazadores Carmesí se encargaban de todas aquellas criaturas que podían ser una amenaza para los humanos, criaturas por lo general poco conocidas y muchas veces relacionadas con cuentos y mitos. No se sabe cuando comenzaron a cazar a estas bestias, solo se sabe que con un cazador es suficiente.
Era la hora de la cena y Federico compartía la mesa con su anfitrión en un silencio sepulcral.
—Tengo una pregunta— dijo el carpintero.
—Adelante, puedes preguntar lo que quieras.
— ¿Cómo supo que pertenezco al gremio de los Cazadores?
—Hace algún tiempo mi amigo Paul era el párroco en un pueblito, así como este, que tenía un problema muy singular. Una extraña criatura parecida a un gusano causaba estragos. Un día apareció un herrero y tomó cartas en el asunto, usaba un martillo para su oficio muy similar al tuyo mi amigo. Me lo comentó justo hace tres años.
La lluvia seguía cayendo, sumiendo al pueblo en charcos y algún desastre menor. La iglesia regresó a tener ese silencio tan acostumbrado para el párroco quien extrañaba las tertulias alejadas de sus sermones dominicales.
—Debo considerar que el clero de este pueblo es muy tolerante— dijo el cazador en la habitación. . Quería salir a merodear, esperando salir de la iglesia pero si lo hacía sería una descortesía. —, quisiera una pista de mi presa.
Se acercó a su única maleta, la abrió y sacó un libro con adornos en la portada y grabados dorados.
—“Nunca viene a mal consultar el manual de vez en cuando o cuando estés detrás de una presa difícil”; recuerdo que me lo dijiste el día cuando salí del pueblo, maestro. Federico consultó aquel libro, lentamente el sueño fue llegando a él, mientras recordaba las enseñanzas y vivencias en su terruño.
Anita tenía tiempo que no recordaba la sensación de peligro, pero aquella mañana cuando el joven Federico fue a su local, justo después de la inclemente lluvia, la recordó. Debía de esconder su medio si quería mantener su bajo perfil.
—Buenos días ¿Anita?
—Buenos días ¿Tú eres el carpintero?
—Si, vine por aquella falla en el techo; son reparaciones que me encargó la alcaldía. Hoy me tocó su local.
—Por favor…pase adelante.
Anita respiraba agitada, a duras penas podía atender sus labores cotidianas; pero algo que la aterraba era el continuo martilleo que hacía Federico.
A la hora del almuerzo el carpintero hizo una pausa, sacó su comida y se sentó cerca del sitio donde hacía sus labores Anita, acercó un cuchillo a sus bolsillos y como pudo, hizo lo posible por comer.
—Señorita Anita…
—“Señorita” está sobrando. Solo dime Anita, como todo el mundo lo hace en este pueblo— le respondió, pensando que al serle cercana no sospecharía de ella.
—Entonces, Anita. Me gustaría hacerte una pregunta.
El corazón de la joven se aceleró, pequeñas gotas de sudor comenzaron a aparecer en su frente, algo tramaba aquel misterioso joven.
—Con gusto.
— ¿Te gustaría salir de este pueblo?
¿Qué clase de pregunta era aquella? ¿Acaso era una de esas preguntas retóricas?
—Algún día, me gusta mucho este lugar.
Y no volvieron a hablar después de eso, cada quien siguió con sus asuntos.
Federico regresó a la iglesia, tendría una partida de ajedrez con el párroco hasta las seis de la tarde, si lograba hacerla extensa duraría hasta las nueve, tiempo que aprovecharía en informarse sobre los habitantes del pueblo.
—Federico, quiero que me digas algo sobre las sirenas. Algo que obligue a un hijo del Señor a salvar una.
—Se lo podría decir, pero quizás eso lo motive a ayudarme más, de lo que ya ha hecho y no quiero comprometerlo tanto en mis asuntos.
—Entonces hijo mío ¿Cuáles son tus verdaderos asuntos en este lugar?
—Comer carne de sirena, tal como lo hizo el fundador de los Cazadores Carmesí, Julián Pereira.
Cuenta la leyenda que si una persona llega a comer carne de sirena se hace inmortal; pero hay un truco en el macabro asunto y es que cuando la pruebas no puedes parar y siempre querrás más sirenas en tu plato.
Julián Pereira sabe lo que es vivir así, su hambre no se doblega ni con la carne del fénix o del venado de pezuñas de bronce, sigue hambriento y es capaz de matar a otro inmortal solo para satisfacer su paladar.
Aquella noche Federico salió con todos sus implementos de cazador, su rumbo era el malecón del pueblo.
—Cada cierto tiempo, una sirena encallada y con piernas debe regresar al mar— dijo el cazador en voz alta, sabiendo que el párroco lo escuchaba— ¡En ese momento tendré mi oportunidad!
Esa noche Anita estaba en el oscuro malecón, buscaba la forma de regresar a su hogar que cada vez se hacía lejano. Por tercera vez regresaba a la orilla, agotada y sin su anhelada cola.
—Al menos están regresando las escamas— dijo Anita mientras veía sus piernas y manos.
De nuevo la sensación de miedo se apoderaba de ella, la amenaza estaba cerca; reflexionó varias veces y se percató quien era el responsable del sudor frío sobre ella.
Pero llegó tarde la imagen y el nombre de la persona, finalmente estaba allí, tan cerca que podría escuchar su respiración. Súbito, un destello muy cerca de su rostro y a duras penas esquivado, era la señal de que el cazador había llegado y no se iría hasta obtener lo que quería. Anita corrió, sin un rumbo solo quería escapar de Federico y de su cuchillo plateado.
— ¡No lo hagas más difícil sirena!— exclamó Federico mientras buscaba entre pequeños arbustos y cestas de basura.
Anita nunca recibió entrenamiento para pelear, su padre adoptivo nunca estuvo dispuesto a enseñarle, pelear no era algo propiamente para las mujeres, además ¿Para que aprender a usar los puños cuando tu padre es el hombre conocido como “puño fuerte”? estaba muy lejos del agua como para usar sus dones, aunque para la situación solo le servirían para salpicarle agua.
— ¡Yo tampoco quiero hacer esto! ¡Pero debo hacerlo para evitar un mal peor!
Aquellas palabras solo confundían más a la sirena, sus escamas no estaban lo suficientemente duras como para resistir aquel cuchillo.
— ¡Te encontré!— exclamó Federico después de cortar el arbusto y encontrar a la sirena temblando de miedo.
No era la primera vez que el cazador encontraba a una de sus presas temblando de miedo, sabía lo que debía hacer cuando eso ocurría.
Guardó su cuchillo y sacó una navaja, su forma era extraña y parecía, por la mirada del cazador, que tenía el instrumento indicado.
Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Anita corría hacia el océano mientras que el cazador maldecía con sus ojos llenos de la arena de la playa.
La sirena se había salvado y el cazador tuvo que seguir viajando de pueblo en pueblo buscando una sirena o cualquier ser mítico que le asegurarse su regreso a casa.
Muchos de los cazadores carmesí salen para tener su primera experiencia cara a cara con lo extraño, pero son contados los que regresan y Federico tuvo la misma experiencia que vivió aquel día cuando se encontró con el tembloroso basilisco, una presa que tiembla es capaz de lo que sea por sobrevivir.
 
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