Abandonado en lo más profundo de un viejo baúl de juguetes
te encuentras sumido en los recuerdos de antaño,
recordando aquellas épocas felices que una vez
compartiste con la dueña de tu carcomido ser
en sus innumerables e interminables juegos de infancia.
Juntos formaban una amalgama inseparable;
fuiste su primer juguete, su primer amigo y compañero
en aquellas frías tardes de invierno que aplacaban
sin piedad alguna su día a día.
Solía aferrarse a ti como si su vida dependiera de ello,
estrujándote fuerte contra su pecho,
escuchando con las costuras de tu roída piel
los latidos de su inocente y atemorizado corazón.
Sin poder estrecharla entre tus vacíos brazos
que se mecían con cada movimiento de ella,
el muñeco de trapo intentaba comunicarse
con el temeroso corazón de la niña,
intentando transportarla a un lugar
donde el frío, los miedos ni las preocupaciones existían.
En sus sueños, eras el caballero en reluciente armadura
que acudía a su rescate, llevándola en un córcel blanco
hacia lo más alto de la colina más lejana del bosque más profundo
del reino de la eterna y perpetua fantasía.
Los años pasaron y permaneciste fiel a su lado.
Enjugaste con tu áspero exterior las lágrimas
que caían de sus rosadas mejillas cuando se sentía triste,
intentabas confortarla con tu casi inexistente sonrisa
que se dibujaba en unos cuantos hilos mal cosidos por tu dueña.
Con el solo ojo que te colocó, podías ver la miseria en la que vivía.
La niña vivía rodeada en la más absoluta pobreza y
tenía en ti, un refugio al cual acudir en cualquier momento,
en busca del comfort que le fue negado desde pequeña.
A medida que ella iba creciendo, con aquel único ojo que tenías
fuiste testigo de que su temple comenzó a crecer.
Con los días que pasaban, iba despertando dentro de ella
un espíritu tan fuerte como el calor de mil soles,
una determinación a prueba de todo y unos deseos
de encontrar la felicidad absoluta a toda costa.
Contemplaste silenciosamente como fue escalando
la montaña de la felicidad, sobreponiéndose a todo
obstáculo que se le ponía por delante, sorteándolo con gran decisión
para lograr el objetivo que se había propuesto.
Si hubieras podido hablar, muñeco de trapo,
no habrías tenido otra cosa para ella mas que palabras de aliento;
si hubieras tenido un corazón,
éste hubiera saltado de alegría con cada sonrisa que te regalaba.
Inevitablemente, ella fue creciendo y se convirtió en toda una mujer.
Esperaste paciente a que ella fuera a tu encuentro cuando te colocó
en este oscuro y frío baúl.
En aquella espera pasaste días, meses, inclusive años...
pero al rincón de ese baúl la luz nunca llegó.
Han pasado 20 años desde que viste su rostro por última vez,
con aquel ojo que pende de un débil hilo y que se resiste a morir.
Ansías con tu maltrecho corazón de trapo el que la tapa de este baúl
se abra y deje entrar la luz de la sonrisa de tu dueña,
y que con la fuerza que has acumulado durante esta larga espera
saltar a sus brazos y no dejarla escapar nunca más.
Muñeco de trapo, olvidado en el jardín del tiempo,
¿cuándo llegará tu momento?...
te encuentras sumido en los recuerdos de antaño,
recordando aquellas épocas felices que una vez
compartiste con la dueña de tu carcomido ser
en sus innumerables e interminables juegos de infancia.
Juntos formaban una amalgama inseparable;
fuiste su primer juguete, su primer amigo y compañero
en aquellas frías tardes de invierno que aplacaban
sin piedad alguna su día a día.
Solía aferrarse a ti como si su vida dependiera de ello,
estrujándote fuerte contra su pecho,
escuchando con las costuras de tu roída piel
los latidos de su inocente y atemorizado corazón.
Sin poder estrecharla entre tus vacíos brazos
que se mecían con cada movimiento de ella,
el muñeco de trapo intentaba comunicarse
con el temeroso corazón de la niña,
intentando transportarla a un lugar
donde el frío, los miedos ni las preocupaciones existían.
En sus sueños, eras el caballero en reluciente armadura
que acudía a su rescate, llevándola en un córcel blanco
hacia lo más alto de la colina más lejana del bosque más profundo
del reino de la eterna y perpetua fantasía.
Los años pasaron y permaneciste fiel a su lado.
Enjugaste con tu áspero exterior las lágrimas
que caían de sus rosadas mejillas cuando se sentía triste,
intentabas confortarla con tu casi inexistente sonrisa
que se dibujaba en unos cuantos hilos mal cosidos por tu dueña.
Con el solo ojo que te colocó, podías ver la miseria en la que vivía.
La niña vivía rodeada en la más absoluta pobreza y
tenía en ti, un refugio al cual acudir en cualquier momento,
en busca del comfort que le fue negado desde pequeña.
A medida que ella iba creciendo, con aquel único ojo que tenías
fuiste testigo de que su temple comenzó a crecer.
Con los días que pasaban, iba despertando dentro de ella
un espíritu tan fuerte como el calor de mil soles,
una determinación a prueba de todo y unos deseos
de encontrar la felicidad absoluta a toda costa.
Contemplaste silenciosamente como fue escalando
la montaña de la felicidad, sobreponiéndose a todo
obstáculo que se le ponía por delante, sorteándolo con gran decisión
para lograr el objetivo que se había propuesto.
Si hubieras podido hablar, muñeco de trapo,
no habrías tenido otra cosa para ella mas que palabras de aliento;
si hubieras tenido un corazón,
éste hubiera saltado de alegría con cada sonrisa que te regalaba.
Inevitablemente, ella fue creciendo y se convirtió en toda una mujer.
Esperaste paciente a que ella fuera a tu encuentro cuando te colocó
en este oscuro y frío baúl.
En aquella espera pasaste días, meses, inclusive años...
pero al rincón de ese baúl la luz nunca llegó.
Han pasado 20 años desde que viste su rostro por última vez,
con aquel ojo que pende de un débil hilo y que se resiste a morir.
Ansías con tu maltrecho corazón de trapo el que la tapa de este baúl
se abra y deje entrar la luz de la sonrisa de tu dueña,
y que con la fuerza que has acumulado durante esta larga espera
saltar a sus brazos y no dejarla escapar nunca más.
Muñeco de trapo, olvidado en el jardín del tiempo,
¿cuándo llegará tu momento?...